El enemigo tenía rostro

Por Laura Jimenez, publicado primero en iristorias, 15 de noviembre de 2023

Escucho la respiración entrecortada del compañero que tengo al lado: —Quédense quietos—. 

Tengo el corazón a mil. Un vaho de aire caliente sale de mi boca. Estamos tirados en el suelo pantanoso, cobijados por la oscuridad de la noche. Nuestras ropas son opacas, sirven para camuflarnos y evitar que nos encuentren. Recuerdo todas las historias sobre brujas y scouts sin cabeza que nos había contado un jefe en la fogata del día anterior. El pánico se apodera de mi cuerpo y empiezo a temblar. 

—Laura, ¿estás bien?—, dice una voz en la penumbra. 

—Sí, solo tengo frío—, contesto, mientras mis dientes castañean. 

—Está sucio, pero sirve—, adivino una mano que me tiende un abrigo. Lo tomo y me lo pongo, figiendo alivio. Este es mi primer campamento, nunca había pasado tantos días lejos de mis papás y mis hermanos. El saco todavía está cálido, lo siento como un abrazo que más que remediar las bajas temperaturas de Santa Elena, me da ánimos en medio de la vulnerabilidad que siento. Su dueño, David, tiene tres años más que yo, pero que aparenta más edad, ha intentado acompañarme y cuidarme en estos días. 

Esta es nuestra segunda noche de campamento. De acuerdo con la tradición alrededor de las siete se hace un juego nocturno para practicar acecho y rastreo. Debemos escondernos, confundirnos con la maleza y evitar que alguna de las jefes nos encuentre. En caso de ser atrapados quedamos eliminados y debemos retirarnos del juego. 

El llanto de una niña pequeña rasga la oscuridad: —A mi primo lo secuestró la guerrilla, no lo encuentro—. 

Se prenden varias linternas, una jefe se acerca y la abraza: —No Lore, tu primo no está jugando ya, lo cogimos—.

Ella sigue llorando hasta que escucha la voz de su primo: —Lore, estoy bien, tranquila—. Se seca los mocos con el brazo y el llanto se transforma en jadeos. Él la carga y se la lleva para tranquilizarla. 


Todavía tengo el vestido de baño mojado, siento que el ventilador va secando las gotitas de agua salada. El reloj de la cocina marca las siete de la noche. En el balcón mi hermano mediano leyendo recostado en una hamaca y mi hermano mayor escuchando un CD de reggaeton: —Rompe, rompe, rompe, bien guilla’o—, sus labios mascullan los versos. 

Mis papás están sentados en un sofá amplio frente a la tele, yo a sus pies. Después de toda la tarde en la playa y de comer algo en la calle, vinimos a la cabaña a ver las noticias. Empieza la cortinilla y segundos después sale la reportera: —Las autoridades nacionales recomiendan a los viajeros que tengan cuidado durante esta temporada de vacaciones, en las últimas semanas se han reportado varios secuestros de las FARC—.

Una corriente me recorre la espalda, los ojos se me llenan de lágrimas, miro a mi mamá: —Nos va a secuestrar la guerrilla—, empieza el llanto. 

Ella me acuna en sus brazos: —Hija, aquí no hay guerrilla—. No me lo explicó en su momento, pero años después comprendí que Córdoba era territorio de los paramilitares.


Bordado de Laura Jimenez

Camila y Martica nos iban mostrando con paciencia la exposición que habían montado con el proyecto (Des)tejiendo miradas en la sede de Confiar en el Centro de Medellín, una vieja casona restaurada en una esquina del Parque Bolívar: 

—Les dijimos a los excombatientes de las FARC que pensaran en una historia feliz de su vida antes de la firma del Acuerdo Paz. Después, les pedimos que bordaran eso en estas piezas que ven aquí exhibidas—, decía Martica mientras describía un círculo amplio con sus brazos. 

Yo llevaba un poco más de un año trabajando con Beatriz en una investigación cuando me invitó a la exposición. Decidí ir con mi mamá, que conocía a Beatriz por temas de la vida que no detallaré acá. (Des)tejiendo había nacido en el 2019 como un proyecto de investigación de narrativa textil que buscaba mostrar una cara poco conocida de los firmantes de la paz que habían pertenecido a las antiguas FARC-EP. 

A través de los hilos, las agujas y las historias de vida de los habitantes de San José de León (Mutatá) y Llano Grande (Dabeiba), las integrantes de (Des)tejiendo habían recopilado un amplio corpus textil que relataba las añoranzas, las memorias, los sueños y las transformaciones de sus autores. Este corpus lo recogieron en el libro (Des)tejiendo miradas. Hilar, bordar y remendar la reconciliación en Colombia, que se puede consultar de forma electrónica en su página web, y crearon una exposición itinerante que ya ha visitado diferentes lugares del país. 

Como ya conté, mi mamá y yo estuvimos en la exposición en noviembre de 2021. La sala estaba cubierta de piezas de tela bordadas por manos que nunca había conocido, pero que de un modo u otro me desarmaron. Había crecido con una imagen de los miembros de la guerrilla de las FARC llena de prejuicios y presunciones que no me había preocupado por criticar a fondo. Reconozco que apoyé el proceso de paz, lo vi como un camino hacia la construcción de un país diferente. No obstante, en mi cabeza todavía veía a los firmantes como esos enemigos sin rostro de los que había oído tanto a lo largo de toda mi vida. Eran una sombra tapada por un velo que no me había preocupado por correr. 

Me sentía como en Men Against Fire, un capítulo de Black Mirror en el que un grupo de soldados tiene como misión exterminar a unos seres terroríficos sacados de ultratumba y que denominaban «cucarachas». En el transcurso del episodio uno de los soldados descubre que estos seres no eran monstruos, sino que el ejército había insertado en su cerebro un implante de realidad aumentada que manipulaba la forma en la que los veía. Las cucarachas eran verdaderamente civiles desarmados víctimas de un plan eugenésico. De un modo u otro las noticias que vemos todos los días y las creencias que heredamos modelan la forma en la que vemos el mundo y las personas que habitan en él. 

A través de los bordados exhibidos en las paredes y los dispositivos museográficos, empecé a llenar esas sombras que conocí pequeña como «guerrilleros» y después como «excombatientes» o «firmantes de la paz» de un contenido que desconocía. Descubrí una narrativa llena de anhelos interiores, vidas truncadas por el conflicto, miedos y sueños de un futuro mejor. Humanicé al enemigo interno, entendí que ese enemigo tenía rostro.

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